Historia e identidad
en la Comarca Lagunera
Sergio Antonio Corona Páez
  Sergio Antonio Corona Páez
Maestro en Historia y candidato a doctor en Historia por la UIA ciudad de México. Coordinador del Archivo Histórico Juan Agustín de Espinoza, sj, de la UIA Torreón. Autor de San Juan Bautista de los González y Ríos de gozo púrpura. Coordinador de la colección Lobo Rampante y editor del boletín electrónico Mensajero del Archivo Histórico. Becario de Conacyt.

Dar cuenta de la historia de una región necesariamente rebasa lo puramente político, social y económico. Va mucho más allá de la referencia cronológica o de la cita anecdótica. La historia debe calar y explicar hasta la identidad misma.
      En 1825, Jose Ygnacio de Mixares, un notario de origen extranjero, daba fe de las características de los laguneros de finales del siglo XVIII y primer cuarto del XIX. Con gran acierto los describía como sujetos "activos, enérgicos, intelectuales, especulativos, profundos, empresarios, sobrios, fieles, sociales, patricios, generosos, rectos, valerosos..."1

 

      Mixares hizo una buena apreciación. Uno de los rasgos más característicos de los laguneros era —y todavía es— una gran energía individual y social que, orientada por el intelecto, lleva a la modificación del entorno para transformarlo. Esta acción genera bienestar y mejora la propia calidad de vida. Como actitud vital, esta característica constituye la antítesis del fatalismo. Es la actitud del hombre que cree que puede modificar su destino, y que de hecho, construye su propia suerte. En lo absoluto es un ser pasivo ante la vida. Desde luego, esta actitud que mide las circunstancias, que aprovecha las coyunturas y les busca el mejor ángulo para crear bienestar, es aquello a lo que se refiere Mixares cuando habla de que los laguneros son especulativos y empresarios. Es decir, los laguneros son a su juicio, gente que mide, que evalúa, que interroga, que toma riesgos, que le apuesta a su propia acción y cálculo. Para el notario, los habitantes de la región son empresarios, es decir, gente emprendedora, hombres y mujeres que acometen con éxito causas y acciones arduas y dificultosas.
      Desde luego, al iniciar el siglo XXI nosotros, miembros de la comunidad lagunera, seguimos una dinámica de acuerdo con los juicios de Mixares. Torreón es la ciudad de los “grandes esfuerzos”. Somos la gente que “venció al desierto”. Nos identificamos con nuestro equipo local de futbol porque “somos guerreros” y su sede es a la vez “la casa del dolor ajeno”, es decir, de los no laguneros. Los laguneros somos verdaderamente aguerridos y nos enorgullece serlo. Así nos aceptamos, nos queremos y de ello blasonamos. No debe pensarse que esta mentalidad que nos caracteriza surgió de la noche a la mañana. Su formación corresponde a un secular proceso de larga duración que aún continúa.

 

 

   

      En 1598 y por iniciativa de la Compañía de Jesús, fueron creados algunos asentamientos que habrían de configurar en gran medida la región lagunera: el pueblo de Santa María de las Parras, San Juan de Casta y Santiago de Mapimí. La economía de Mapimí era la de muchos otros reales de minas que se dedicaban a la explotación de metales preciosos, y cuyo auge o caída dependía de la riqueza de los filones argentíferos o auríferos, tanto como de la capacidad defensiva del lugar para mantener a raya las incursiones de los indios bárbaros.
      Santa María de las Parras y su jurisdicción2 plantean un caso tan original como interesante. Españoles y tlaxcaltecas supieron reconocer las condiciones agroclimáticas del lugar que favorecían la introducción y explotación de la vitis vinífera. Había abundante radiación solar, tierras y agua. Con el estímulo de la plata de los reales de minas y de la demanda de bebidas embriagantes, el pueblo indio y las haciendas de Parras fabricaban ya en 1639 un vino joven y arropado, típicamente andaluz. En 1659, aprovechando los desechos de la pisa que antes de esa fecha tiraban como basura, los parrenses comenzaron a destilar aguardientes de orujo. Al niciar el siglo XVIII, la producción parrense se comercializaba desde la ciudad de México hasta Chihuahua y más al norte. Más aún, en contra de lo que comúnmente se cree, los vitivinicultores parrenses fueron privilegiados por la corona española en el siglo XVIII, al ser liberados del pago de alcabalas e impuestos, lo que hizo extremadamente competitivos sus vinos y aguardientes. La economía vitivinícola de Parras fue un éxito rotundo. Las haciendas vecinas cosechaban uva, trigo, maíz, frijol y criaban ganados mayores y menores que vendían a los vecinos del pueblo, quienes destinaban la superficie total de sus huertas al viñedo. Llegó a ser tan comercial la mentalidad de los parrenses, que el término “maquila” —que en el mundo español del siglo xviii se refería a la ganancia en especie del molinero (es decir, la maquila de la molienda era cierta cantidad de harina)— los parrenses lo usaban prácticamente para todos los bienes de producción que se rentaban para generar ganancias: había maquila de alambiques, de toneles, de lagares y hasta de cubetas.

 

      La bonanza vitivinícola contempló el surgimiento de una abundante mano de obra indígena libre y eventual para la realización de tareas viticulturales y viniculturales, la cual era contratada por jornada o por tarea. En la misma época en que vivió Adam Smith, los parrenses sabían por experiencia que el trabajo transformador constituía la riqueza de las naciones, y no la extracción de los metales preciosos de los cuales, por cierto, dispusieron en abundancia gracias a su producción comercial.
      En el Partido de Parras la educación pública de primeras letras a cargo de maestros seculares existía desde antes de 1767, y se tomaron nuevas medidas para mantenerla en 17763 y 1784.4 A cambio de su prosperidad, Parras pagó un alto precio al desertificar un ecosistema que se encontraba en perfecto equilibrio en el siglo XVI. Por siglos, la fabricación de los arropes y la destilación de los aguardientes, la necesidad de vigas, puertas y hogares en las casas, y la confección de las duelas de barriles, toneles y pipas, exigió madera y leña del entorno. No es difícil imaginar que en la actualidad existe una gran diferencia con el paisaje original.
      En 1825 el partido de Parras, que llegaba hasta la Boca de Calabazas (por el rumbo del Campestre de Gómez Palacio, Dgo.), contaba con su producción vitivinícola tradicional y una producción textilera de corte artesanal, en la cual laboraban 189 obrajeros de algodón entrefino y otros 230 de algodón ordinario, 45 obrajeros de lana entrefina y 60 de lana ordinaria, más 213 hiladores de algodón y lana.5 Estas tradiciones textilera y vinatera habrían de cobrar fuerza avanzado el siglo, con la introducción de los conceptos de sociedad mercantil, aportación de capital social y el uso de la tecnología de la revolución industrial para dar origen a la fábrica La Estrella y a la Casa Madero.
      En la segunda mitad del siglo XIX, otra afortunada conjunción de factores permitió el despegue del cultivo del algodón. La guerra civil estadounidense (1861–1865) hizo partícipes a los hombres de empresa de Tamaulipas y del estado doble de Nuevo León–Coahuila de los beneficios del tráfico del algodón confederado destinado a Inglaterra, a la vez que los hacía tomar conciencia de la gran demanda que esta fibra generaba. El triunfo de los liberales y de la República causó el desmembramiento del latifundio del terrateniente conservador Leonardo Zuloaga. Esto a su vez permitió la libre movilidad de las tierras y el surgimiento de una buena cantidad de agricultores propietarios y arrendatarios de empuje, dotados con una mentalidad capitalista e interesados en la redituable explotación del algodonero.
      La introducción del ferrocarril le permitió a la Comarca Lagunera contar con un medio de transporte económico, rápido y que llegaba más allá de la frontera norte, es decir, que permitía la exportación de materias primas a los centros fabriles de Estados Unidos o a los puertos de su costa oriental. La Laguna se colocó a la vanguardia del modelo capitalista dependiente porfiriano.
      Los productos del algodón permitieron el surgimiento de la industria textilera, aceitera, jabonera y proveedora de subproductos importantes para la alimentación del ganado. Y aunque la minería cobró nuevo auge, sobre todo en Mapimí, en lo general sucedió como en el caso histórico de Parras, en que no eran los metales preciosos sino la visión, el riesgo calculado, la atención a la demanda de los mercados nacionales e internacionales, y, particularmente, el trabajo incansable de empresarios y asalariados, los que crearon una enorme riqueza. Los testimonios documentales del fondo protocolos de “Sociedades y Poderes 1885–1901”, del Registro Público de la Propiedad de Lerdo, nos dan cuenta de esta realidad. El Fondo Brittingham del Archivo Histórico Juan Agustín de Espinoza, sj, de la Universidad Iberoamericana Torreón, confirma la enorme pujanza de la región en aquella época.
      La misma capacidad anímica, reflexiva, creativa y empresarial para fabricarse un destino a partir de los elementos y coyunturas que ofrecían las circunstancias, fueron manejadas por los laguneros para abrirse paso a través de las cambiantes condiciones políticas, sociales y económicas del siglo xx. La modificación de las leyes en torno a la tenencia de la tierra y el reparto agrario fueron sucesos que cambiaron las formas de producción vigentes desde el porfiriato, dando carta de ciudadanía a un amplio sector de agricultores minifundistas que carecían de una mentalidad empresarial (una parte significativa estaba conformada por inmigrantes de otros estados). Sobre estos ejidatarios el Estado ejercía un paternalismo económico y un control político que incidía en las urnas electorales. La Segunda Guerra Mundial alentó el despegue industrial de México como socio y proveedor de los Estados Unidos. Algunos capitales laguneros fueron factor decisivo para la creación de grandes industrias, como la de los Belausteguigoitia Arocena y los Urraza.
      Con el crecimiento demográfico de la Comarca surgieron nuevos problemas. Se comprendió cabalmente que el agua superficial era un recurso escaso y se implementaron estrategias e infraestructura para su mejor captación, distribución y conservación. Por otra parte, el uso intensivo del agua del subsuelo fue factor decisivo para que La Laguna se transformase en la primera cuenca lechera del país. El uso de las aguas subterráneas en grandes láminas para el cultivo de forrajes —particularmente de la alfalfa— y también para el uso industrial, ha causado un dramático descenso en los niveles de los acuíferos, ocasionando la concentración de solutos dañinos en los mismos.
      Las zonas conurbadas de Torreón, Gómez y Lerdo constituyen en la actualidad una verdadera mancha urbana con dimensiones metropolitanas. La Comarca cuenta con una próspera producción agropecuaria; con materias primas de origen local o extrarregional, fabrica una amplia gama de partes y productos terminados; cuenta con un dilatado comercio y con un buen número de instituciones de enseñanza superior tecnológica y universitaria. Hay una gran oferta de profesionistas y técnicos que alimentan las necesidades de ésta y otras regiones. La abundante disponibilidad de mano de obra barata ha hecho posible la instalación de maquiladoras. Por otra parte, las necesidades sociales de una población metropolitana exigen también las grandes soluciones requeridas por otras ciudades del país que se encuentran en condiciones semejantes. Sin embargo, para la Comarca Lagunera son problemas prioritarios el gradual desabasto del agua y la contaminación del medio ambiente, particularmente de las aguas subterráneas y del aire que respiramos.
      Para vencer éste y otros problemas, y con ello lograr una mejor calidad de vida, debemos apelar a nuestros viejos atributos, a nuestra creatividad, a nuestra capacidad intelectual especulativa y a nuestro secular espíritu empresarial; en pocas palabras, a nuestra confianza en nosotros mismos para aprovechar los elementos y coyunturas que nos ofrece la época que vivimos. Por último, diré que ni los Estados Unidos ni algún otro país del primer mundo pueden ofrecernos una solución completa o cabal. Tampoco nos está vedado buscar aquellos elementos que, integrados o adaptados por laguneros, constituyan soluciones originales e idóneas.
      Durante siglos el espíritu combativo y creador ha sido nuestra fuerza, y sin duda alguna lo seguirá siendo si somos fieles a nuestra identidad.

1 Corona Páez Sergio Antonio, Censo y estadística de Parras (1825), Universidad Iberoamericana Torreón/Ayunamiento de Saltillo, Torreón, Coahuila, México, 2000.
2 La Comarca Lagunera de Coahuila estaba comprendida en lo que era la Alcaldía Mayor de Saltillo y Parras y en la jurisdicción del Partido de Santa María de las Parras.
3 AHCSILP, exp. 437, mayo de 1776.
4 AHCSILP, exp. 439, 1784.
5 Cfr. Corona Páez Sergio Antonio, op. cit., p.25.